martes, 13 de abril de 2010

Ji-Obdu

Tengo la costumbre de medir la alegría de las personas en kilos. Los hay que son obesos mórbidos en este tema. Y otros, como yo, sufren malnutrición preocupante.

Sin embargo, ahora yo debería ser la más gorda del mundo, con las manos manchadas de sangre y tinta, sobre el cuerpo que no late más. No ve, no oye, no saborea, no respira. Debería haberle cortado la cabeza y haberla arrojado a mi pueblo, que grita furioso en el fragor de una batalla que debería haber acabado hace rato. Y aún con todo, la cabeza de mi enemigo sigue unida a su cuerpo; sus ojos, verdes, miran sin realmente ser conscientes de que lo hacen. De su boca perfecta sale un hilillo de sangre oscura, al igual que de su pecho, donde una profunda herida delata el crimen que he cometido contra la persona que más me importa.

Los ojos se me llenan de lágrimas, mientras me paso las manos rojas por las mejillas, impregnándome de su escencia. Rompo a llorar, juntando mi frente con la de él. Los sollozos ascienden por la destrozada habitación. Un grito de horror, rabia, impotencia y pena escapa de mi garganta, y no lo puedo atrapar. Este mundo no habría hallado la paz si yo no...

Ahora soy la reina de un país que me pertenece por casualidad.
Y para ello he tenido que cometer un asesinato.
He tenido que matarle.

Me pongo en pie y tomo su espada, con la sangre y el sudor diluidos en las lágrimas de mi rostro. Me vuelvo al balcón y lo abro.

Los alaridos se intensifican. En el campo de batalla hay miles de cadáveres. Muchos de ellos son de mi bando. Busco con la mirada a mis compañeros más cercanos, a quienes me acogieron nada más llegar aquí. Mi pelo negro se agita con una brisa que arrastra un olor a muerte tras de sí. Los localizo. Ahí, en medio del tumulto, se encuentran mis dos mejores amigas en esta tierra cruel, fría y hostil. Reconozco con facilidad el pelo castaño, corto y desordenado de Teiâm. A su lado, con un gesto tan fiero, tan guerrero como ella misma, ondea al viento la melena rubia y espesa de Ria-Casbella, más conocida como Ribell. Las dos, con la mirada fija en mí, tardan unos segundos en comprender que se acabó, que todo ha terminado... Y que eso me destroza. Me mata.

Teiâm dispara una flecha al aire con su fiel arco; Ribell alza su espada en una postura orgullosa. Y ambas, al únisono, chillan:

-¡¡LEESDRANA!!- mi nombre vuela alto hacia el cielo oscuro, repetido por las voces de mi pueblo.

Cierro los ojos y tomo la empuñadura de su espada. La beso con una cierta ternura, y un amor infinito, antes de levantarla y gritar como la victoria se merece que le grite.

Es una victoria amarga, sí.

Pero, al igual que el futuro y el destino de este reino...

Es mía.







Dedicatoria de Lainelle Blacksound a Sandra Lee: Representarte como heroína de un mundo épico, Sandra, es lo menos que puedo hacer por una amiga como tú. Como has podido ver, esto es simplemente un prefacio. Me temo que tu regalo irá en lo que podríamos llamar "fascículos". Pero ten presente que Ji-Obdu, su mundo y sus gentes, son tuyos por entero.
Feliz cumpleaños, señoría.