domingo, 17 de abril de 2011

Athelion (Capítulo IV)

Invirtió los últimos minutos de su vida en cantar esa dulce y suave melodía una vez más para su hija, una chiquilla que no abría los ojos, que no lloraba, que respiraba de manera apacible mientras la cabeza de su madre se inclinaba hacia ella…

Hasta que al fin cayó, inerte, sobre su pecho.

Callenda y el capitán se miraron. La mujer tenía los ojos verdes bañados en lágrimas, y cogió a Athelion entre sus brazos, dejando que alguna traza del llanto cayera sobre su pequeña frente, bautizándola involuntariamente en una fe que no había elegido, introduciéndola en un mundo que sería muy duro, una vida que no la trataría bien. El capitán pensó que más le hubiera valido a la niña morir con su madre. Se preguntó qué bien podría hacerle sobrevivir en una cárcel llena de dolor, de recuerdos afilados como cristales rotos y de rabia acumulada sin poder decirle a nadie quién era, porque ni siquiera ella iba a saberlo. Posando una mano sobre el hombro de Callenda, la hizo incorporarse. Los dos se miraron de nuevo, el capitán le secó las lágrimas y olvidó por un segundo que él era el superior y ella una prisionera.

-Creo que la niña no podría haber caído en mejores manos- comentó el hombre mientras se inclinaba sobre la cama, cogiendo en volandas el cuerpo muerto de Aeluna. Callenda volvió la mirada al suelo.

-Me lo tomaré como un cumplido, aunque maldita la hora, la verdad- masculló Callenda. El capitán asintió en silencio, saliendo con la princesa sin vida del cuartucho en el que se encontraban, dejándola sola con el bebé. No dijeron nada más, nunca, pero los dos sabían que les sería imposible olvidar aquella noche, así pasaran cien años o cien mil. Seguirían recordando a la princesa Aeluna, condenada al cautiverio por amar demasiado; seguirían recordando el nacimiento de la joven Athelion, una niña cuyo destino estaba aún por escribir. Y sobretodo, pensarían siempre en Praxémiones, el príncipe que sostenía en sus manos los hilos de todos ellos, haciéndolos sentir como vulgares marionetas de una obra de teatro, una macabra y difícil obra de teatro en la que estaban en juego muchas cosas. Demasiadas.