10 de Agosto de 2011.
La noche más mágica del año trajo consigo el momento más mágico de mi vida. Ángel se había sacado el carné de moto, y poseía una Honda preciosa, que más que Honda parecía Harley Davidson, en serio. Condujo hasta un prado completamente alejado de las luces de pueblos o ciudades, con todas las estrellas del universo apiñándose para mirarnos. Sacó la mini cadena portátil del guarda cascos, y desatamos los sacos de dormir. No nos preocupamos del termo de café ni de la botella de Coca-Cola. Sabíamos que no íbamos a cerrar los ojos, al menos, no de sueño. Cuando le dio al play y reconocí los acordes de “Who’s your Daddy”, de Lordi, me eché a reír. Había esperado ese momento, y ahora estaba al ciento cincuenta por ciento segura de que era lo que quería. Sin hablar, habíamos llegado los dos a un acuerdo mutuo, cada uno por nuestra parte. Sabíamos que tenía que ser aquella noche, la noche de San Lorenzo.
-Dijiste que no querías dejar de ser casta y pura con baladitas- me recordó Ángel abrazándome. Yo asentí con entusiasmo. Aquella música metal me ponía las pilas, y era como si supiera exactamente lo que tenía que hacer. Todo resultó tan fácil, tan genial… Era mejor de lo que yo había llegado a soñar jamás. Y aquel momento era nuestro, sólo de los dos, aquella noche nos pertenecía a nosotros. La música pasó a un segundo plano, porque estábamos demasiado ocupados en explorar los límites de la intimidad como para prestarle atención. Para los más curiosos y morbosos, sí, se puso goma.
Las estrellas cayeron del cielo la misma noche en la que mi adorado ángel y yo sellábamos un pacto que ni nosotros conocíamos, pero sabíamos que íbamos a mantener siempre.
Y siempre se mantuvo.
FIN.
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