martes, 11 de mayo de 2010

Ángel sin Nombre (Capítulo II)

Los dos días que siguieron a la noche de la caída de estrellas fugaces se me antojaron aburridos. El día doce nos fuimos todos de excursión, algo muy normal teniendo en cuenta el lugar en el que estábamos. El trece, sin embargo, quisieron irse a un pico que a mí no me apetecía y me quedé en casa, toda feliz de tener unas cuantas horas de libertad sin vigilancia.

A las doce salí a alquilarme una película. No es que en casa nos excediéramos con la tecnología, ni mucho menos. Pero el ordenador, el mejor invento del ser humano sobre la Tierra desde la literatura, tenía programa de reproductor de DVD. Me agencié el iPod, la tarjeta y el bolso con llaves, móvil, Metal Hammer y cazadora, por si acaso. Encendí mi reproductor de música y la melodiosa voz de Tarja Turunen, ex cantante de Nightwish, invadió mis oídos.

Mientras pasaba por delante del supermercado, me fui haciendo un esquema mental de la película que quería ver. Me apetecía algo absurdo, algo tan banal y tan poco acorde a la fachada que yo mostraba al mundo, que fuera capaz de levantarme el ánimo. Cuando llegué a la maquineta, no lo dudé: alquilé Orgullo y Prejuicio, una película que, si no me la había visto treinta veces, no la había visto ninguna.

Yo tenía intención de acabar rapidito, pero a la estúpida tarjeta le dio por no funcionar en aquel preciso instante. Di un golpe en la pared con los nudillos.

-Leches, ¿pero qué rayos te pica hoy, tarjeta asquerosa?- maldije mirando a la pantalla como si me hubiera ofendido gravemente.

No me había dado cuenta de que no estaba exactamente sola.

-¿Necesitas ayuda?- dijo una voz grave, tranquila, musical, detrás de mí. Yo me di la vuelta bruscamente, dispuesta a despachar a quien fuera y que me dejasen seguir maldiciendo en paz.

No esperaba encontrar sus ojos, negros como un cielo nocturno sin estrellas, atravesándome, viendo mi alma como si fuera un libro con dibujos y de letras grandes, pero aún así, interesante en grado superlativo.

No esperaba que sus perfectas facciones estuvieran alteradas por una sonrisa dulce y burlona, tan franca como misteriosa. Al sonreír, sus mejillas adoptaban un tono melocotón que contrastaba con su palidez extrema, un tono afrutado que me volvió loca desde ese momento.

No esperaba verlo ahí, apartándose el pelo negro de los ojos, arrancando reflejos azulados, ligeros resplandores al moverse y brillar el sol en cada cabello.

-Parece que tienes problemas- observó amablemente, entrando sin que yo lo hubiera invitado a la caseta donde estaba la máquina.

-No, yo… Bueno, la tarjeta no me va, pero creo que la he metido al revés- me expliqué, no quería pasar demasiado tiempo a su lado si luego iba a irse sin presentarse, como hacía siempre.

-Pues sí, tienes razón, la has metido del revés- volvió a sonreír, sacando la tarjeta (“Bendita sea” pensé en aquel momento) de la ranura y poniéndola correctamente. Se hizo a un lado como un caballero para que yo introdujera el código en la pantalla táctil. Cero, cinco, cero, siete. Mi ángel sin nombre miró la pantalla donde estaba la lista de películas, mientras la máquina hacía ruidos raros para sacar la mía.

-Orgullo y Prejuicio- comentó.- Tiene una banda sonora excelente.

-Sí, sí que la tiene- coincidí sin mirarlo. Él sonrió ante mi actitud y, más rápido que yo, cogió la caja con el DVD en su interior.

-¿Cuál es tu escena favorita?- preguntó muy serio, como si me pidiera consejo para dominar el mundo mientras agitaba la película delante de mí.

-¿Disculpa?- solté yo, estupefacta.- ¿A qué viene eso ahora?

-Sólo quiero saber más de ti, Clara- sonrió de nuevo, y yo fruncí los labios. ¿Que quería saber más de mí? Sí, claro, y yo si tuviera ruedas sería una bicicleta, no te…

-Yo ni siquiera sé tu nombre- le recriminé, imprimiendo en esa frase toda la amargura que había acumulado durante siete largos años. Para colmo, él sí que sabía el mío. Aunque claro, no me pilló por sorpresa, ya que mis adoradas primas (nótese el sarcasmo) tenían la adorable costumbre de llamarme a grito pelado cuando no hacía ninguna falta, o peor, cuando él estaba rondando cerca.

Él dejó de sonreír ante mi acusación. Compuso una expresión seria y salió de la caseta. Contra pronóstico, se quedó fuera, esperándome. Yo abandoné el estrecho lugar con rapidez.

-¿Te importa que retrase un poco tu vuelta a casa?- me preguntó una vez estuvimos los dos bajo la luz del sol. Parpadeé. O ese chico había leído Crepúsculo, o era demasiado educado como para ser un adolescente del siglo XXI.

-No, claro… En realidad no hay nadie- murmuré. Él sonrió. Dios mío. Por todos los cinturones de Alice Cooper, ¿cómo podía un ser humano ser tan condenadamente guapo? ¡Encima hablaba bien!

-Perfecto, entonces, te puedo acompañar, si me lo permites, claro- me miró de nuevo como si tratase de leer mi alma.- ¿Vamos?

Yo asentí con la cabeza, sin hablar. No sabía si me había sonrojado, esperaba que no, pero ya no podía formular una frase inteligente, no con él tan cerca. Comenzamos a caminar, tranquilos y sin prisa. Me pregunté si sería posible que él quisiera pasar todo el tiempo que pudiera a mi lado, exactamente lo que sentía yo.

-Me llamo Ángel- dijo al fin, tras un rato de silencio. Yo me detuve. Él se dio la vuelta para mirarme, entre extrañado y dulce. Sus ojos me interrogaron al posarse sobre los míos. Se acercó a mí, dado que yo me había quedado atrás. La muda pregunta de su mirada urgía una respuesta convincente.

-No sé explicártelo sin parecer idiota- susurré, perdiéndome en esos dos pedazos de cielo nocturno.

-Inténtalo. No voy a reírme- de pronto, su rostro se iluminó con un aire de infantil ingenio.- Vamos a otro sitio- y me agarró de la mano y tomó el camino hacia el parque. Yo pensé que me llevaba a la caseta donde nos vimos por primera vez, en el principio de los tiempos, pero pasó de largo y continuó por el camino al Pueyo.

-¿Dónde vamos?- pregunté yo, mientras metía la película en el bolso, junto a la Metal Hammer, el móvil, el iPod y las llaves.

-Al bosque, ¿te parece bien?- dijo él, aunque yo tenía la ligera impresión de que si me parecía bien o mal daba un poco igual.

No tuvimos que caminar mucho, además, yo me sabía el recorrido de memoria. La mayor parte era sombría, lo cual, con lo caluroso que nos había salido el día, era una bendita bendición. Yo me quité la cazadora y la metí al bolso, que parecía a punto de petarse. Pobrecillo.

-Ya llegamos, aunque tú conoces bien el lugar, ¿no?- comentó él sonriendo. Yo le dediqué una mueca, como si lo conociera de toda la vida. En realidad, era más o menos así, pero lo que se decía conocernos a fondo… Intuía que íbamos a empezar en aquel momento. Yo estaba emocionada en grado sumo, y trataba de no hacerlo evidente. Lo mismo era una broma.

-Es raro que no estés con tu hermano- observé, mirándolo. Él se rió, y su risa era tal como yo la recordaba: musical, traviesa, juguetona…

-Me he escapado, aunque luego me interrogará y tendré que mentirle o decirle la verdad… Ya estamos- llegamos a un prado rodeado de árboles, un prado donde allá, en la lejanía, se distinguía un puente para cruzar al otro lado del bosque. Las flores estaban abiertas al sol, y la hierba estaba tan verde como… Como… Como una cosa muy verde. Yo conocía aquel pradito de memoria, había estado cientos de veces en él, pero nunca en tan agradable compañía. Ángel, si es que ése era su verdadero nombre, se volvió a mí y me invitó a continuar hasta un sauce con un gesto del brazo. Se sentó en el suelo a la sombra del anciano árbol y yo hice lo propio, situada en frente suyo.

-Bueno, dispara- dijo, y se recostó contra el tronco del sauce. Yo me lo quedé mirando. A ver si lo había pillado bien, ¿pretendía que le dijera todo lo que yo había callado durante siete largos años?

-Yo… Verás, es complicado y chocante para mí empezar a conocerte ahora, cuando llevo siete años tratando de hablar contigo, sin siquiera saber tu nombre…

-¿Y por qué no lo hiciste?- cortó él.

-Pues porque siempre estabas con tu hermano o tus padres, o hablando por el maldito móvil…

-Y te daba vergüenza- concluyó él.

-La verdad es que sí, me daba vergüenza- repliqué yo, apartándome el pelo de la cara. Él se limitó a sonreír. En sus ojos había una expresión extraña, como melancólica.

-No tenías por qué- acabó diciendo, rompiendo el caótico silencio en que nos habíamos sumido los dos. Yo lo miré con ligera hostilidad, una sensación que se daba de bofetadas con la adoración rayana en la locura que siempre había sentido hacia él.

-Sí tenía por qué. Tal vez no lo hayas notado, pero a la gente le suele avergonzar entablar una agradable y campestre conversación con un perfecto extraño- remarqué el “perfecto”. Si decidió que iba o no con segundas, nunca lo supe.

-Tú y yo no somos extraños- murmuró clavando sus ojos en mi cara.

Una renovada fuerza me había apresado. Era ira, ira porque decidiera hablarme justo cuando yo empezaba a reunir fortaleza suficiente para dejar el asunto atrás. Ira porque me estaba echando en cara totalmente que yo no hubiera sido valiente (o masoquista) y no hubiera dado el paso. Ira porque yo quería que todo eso lo hiciese él, pero nunca se había molestado en saber lo que yo pensaba o deseaba.

Nunca, hasta ahora.

-Sí que somos extraños- le discutí. Él sonrió con paciencia.

-Para mí, tú no eres una extraña.

-No sabes nada de mí.

-En eso te equivocas completamente.

-Ya, sí, claro.

-Te equivocas completamente- repitió sonriendo, inclinándose hacia mí.- Sé mucho de ti, y sólo he necesitado escuchar y atar cabos.

Bufé. Ahora iba a resultar que el chico era una especie de Sherlock Holmes español, joven e irremediablemente atractivo.

-Elemental, mi querido Watson- parodié, provocando que él se riera a mandíbula batiente.

-¿Ves? Ya sabía que eras divertida. Y sarcástica, y cuando te cabreas, irónica- dijo, con el rastro leve de su risa aún en la cara.

-Oh, Dios, no tengo secretos para ti- ironicé poniendo los ojos en blanco.

-Ahí lo tienes. Sarcasmo e ironía. Cuesta creer que los uses tanto para ser tan joven.

-Una aprende rápido, abuelete- se rió una vez más.

-Te interesará averiguar que sé que eso es pura fachada.

Me quedé de piedra. ¿Qué se había creído el niñato aquél? ¿Fachada? ¿Y él que puñetas sabía? Mi expresión de cabreo in crescendo debió de reflejarse en mi rostro, ya que él alzó una mano, pidiendo calma. Sí. Uf. Serenidad y clases de yoga, como yo decía siempre.

-¿Tú qué sabes?- mascullé con furia. Desde luego, nuestro primer contacto no estaba yendo como yo hubiera querido. No había planeado cabrearme y que él fuera de superfilósofo por el mundo.

-Sé más de lo que te piensas- replicó él, ahora con una mirada seria.- Lo sé porque yo he mantenido la misma fachada desde el primer momento que…- calló. Lo que fuera que iba a decir, era obvio que no lo consideraba adecuado para que yo lo oyera. Y eso me picó. Mucho.

-¿Qué? ¿Desde el primer momento que qué?- presioné. Ángel apartó los ojos de una brizna de hierba que paseaba entre sus dedos y los clavó en los míos. Sentí cómo buena parte de mi sangre se acumulaba en mis mejillas, pero le sostuve la mirada, desafiante.

-Desde el primer momento en que una niña de nueve años me atrapó con su mirada de chocolate reluciendo al sol de la tarde. Desde el primer momento que la oí hablar- el chico sonreía y se acercaba a mí despacio, pero yo estaba demasiado ocupada estudiando con cautela esos dos trozos de cielo de la noche, tratando de averiguar si mentían o eran tan sinceros como parecía.

De una indiferencia absoluta, él decía que había sentido lo mismo que yo, actuado igual que yo, reaccionado como yo lo había hecho. La situación era tan ridícula que yo sólo tenía dos opciones: o preguntar dónde estaba la cámara oculta y el equipo de Just for Laughs… O bien creerlo.

Creer que mi cuento de hadas estaba a punto de hacerse realidad y que yo aún podía ser rescatada a manos de mi príncipe azul. Tenía la opción de creer que podía ser, al fin, feliz con aquel a quien yo, como ocurre en las historias que merecen la pena contarse, empezaba a conocer en aquel momento. Feliz con aquel chico al que amaba de verdad, sin importarme las circunstancias.

Y él estaba siendo sincero. El Jefazo sabrá por qué, pero ahí lo tenía, a escasos centímetros de mí, con dos ónices clavados en el indigno chocolate que teñía mis ojos. Él era real, era… Era verdadero, no era un caballero andante de novela artúrica ni un elegante vampiro salido de la imaginación de Stepheine Meyer. Tampoco era un romántico señor Darcy ni un valiente príncipe Caspian, ni un enamorado Romeo.

Era mucho mejor que todos ellos. Eran tan gallardo como el caballero y tan educado como el vampiro; era tan romántico como el señor Darcy, y me parecía tan valiente como Caspian. Y, desde luego, como Romeo, estaba enamorado.

Enamorado, por increíble, surrealista, absurdo y fantástico que pueda parecer, de mí.

Yo había elegido la opción del cuento de hadas. La opción de salir de niebla y las sombras a un sol fulgurante y reluciente. Y él lo supo, mirándome a los ojos, desentrañando mi expresión. Supo que yo quería una historia de amor verdadero y eterno a su lado, porque eso era lo que él deseaba también. Supo que, de la ardua batalla que había librado consigo mismo, había salido vencedor. Y yo sentía lo mismo.

Entonces, me tocó. Su mano fresca y suave se posó en mi mejilla enrojecida, y su dedo pulgar la acarició con ligereza. Yo incliné la cara sobre la palma, con los ojos fijos en la hierba.

-Aún no te lo crees- adivinó él en un susurro divertido. Yo lo miré con una sonrisa.

-Elemental, mi querido Watson- dije por segunda vez, burlona. Él volvió a reírse. Por Lordi, tendría que componerle una canción a esa risa. Era una mezcla de música divina, luz de sol y arroyuelo burbujeante que nacía no de la garganta, sino del corazón. Era lo más hermoso que yo había oído jamás, incluyendo el May it Be de Enya.

-¿Cómo puedo demostrártelo?- preguntó con un gesto dulce, sus mejillas adquiriendo ese tono melocotón que me había vuelto loca.

-No puedes. Que me lo crea o no es cosa mía y de lo dispuesta que esté a despertar y aceptar que esto es un sueño.

-Pero no lo es.

-Ya, sí, claro.

Y entonces, sin previo aviso, me tiró del pelo. Vaya hombre, nos habíamos declarado hacía diez minutos y ya había violencia de género. Le eché una mirada encendida de rabia y él se rió por enésima vez.

-¿Te ha dolido?- inquirió con interés.

-Nooooooo- dije, sarcástica.

-Pues eso te prueba que no es un sueño.

Vaya, y tenía razón el condenado. Le saqué la lengua como Lucía solía hacer cada vez que alguien de quitaba la punta de su tortilla de patata.

-¿Y qué sabes de mí?- quise ventear, ya que eso de “escuchar y atar cabos” me había tocado la fibra curiosa. Él se quedó pensativo.

-Pues… Odias el color rosa- me sonrió como diciendo “no tienes remedio”.- También la cursilería y los cabezas huecas… Y que las orquestas del pueblo te hacen vomitar.

Esta vez me tocó a mí reírme. Me estaba calando en todo lo que no me gustaba.

-¿Y qué más?- pregunté.

-¿Qué quieres saber?

-Dime lo que me gusta.

-Yo- dijo, hinchando el pecho cual pavo real.

-Engreído- reí, poniendo un dedo en sus pectorales para bajarle un poco las ínfulas. Él tomó mi mano y la acercó a sus labios, pero no llegó a besarla. Todo el mundo sabe que es de mala educación besar la mano de una señorita por completo.

-Pues te gusta… El color verde. Y… salta a la vista que el heavy metal… Y creo recordar que tu grupo favorito es Sonata Arctica.

-¿Cómo…?- yo estaba alucinada.

-No sabes de lo que uno se puede llegar a enterar cuando la persona a la que espía no está mirando.

-Bueno, y dejando aparte las violaciones de mi intimidad gracias a tu supremo espionaje digno del FBI…

-¿Qué me quieres ocultar, forastera?

-Mis medidas.

-Eso no tardaré en averiguarlo.

-Que te lo crees y todo- reí, y él se unió a mis risas. Era maravilloso poder bromear con él; era cumplir un sueño. A partir de aquella tarde empecé a creer que nada es imposible.

-Pero tú sigues sin saber cosas similares de mí, pequeña tonta vergonzosa- me dio un toquecito en la nariz. Yo le dediqué una mirada de furia desde el amor y el cariño.

-Es que eres como una fortaleza impenetrable- me defendí.

-Cierto; pero te estoy abriendo las puertas y te estoy dejando pasar. A ti y sólo a ti.

-¿Y eso?

-¿Aún no te lo ha dicho nadie?

-¿El qué?

-Te amo, Clara.

Yo me quedé blanca, helada, de piedra. No es que no hubiera soñado que me lo decía cada noche; es que no estaba acostumbrada a oírlo. Y tampoco hubiera esperado que llegara a suceder. Ángel me miraba preocupado.

-¿Qué pasa? ¿No te hace feliz?

Yo sacudí la cabeza. Quería gritar y reír, quería saltar y llorar de emoción. Las lágrimas asomaban a mis ojos, y no quise detenerlas esta vez.

No quise porque habían vuelto a pintar la fachada. Y esta vez habían elegido un color claro y luminoso, ardiente como un día de verano. Como ese día de verano. No; no detuve las lágrimas que cayeron de mis ojos a mi regazo, ni las más tímidas que recorrían mis mejillas. Tampoco oculté la amplia sonrisa que había imaginado esbozar y nunca llegaba a hacerlo.

-Estás llorando- murmuró mi ángel. Una de las emocionadas lágrimas cayó en su antebrazo.- ¿Por qué lloras?

-Es que… Es que soy feliz. Muy, muy, muy feliz.

-¿Y eso?

-¿No te lo ha dicho nadie?

-¿El qué?

-Yo también te amo, Ángel. Mi adorado ángel sin nombre que ya no está en el anonimato. Mi príncipe. Mi Edward, mi señor Darcy, mi todo- solté, una por una, las reflexiones que había acumulado conforme conocía personajes para compararlo. Solté lo que le quería decir desde que tenía nueve años. Solté que lo amaba, solté la llama de esperanza que me había impulsado a persistir. Y él agradeció la confesión con una dulce sonrisa.

Y me besó.

1 comentario:

  1. Hola, me extraña que tus entradas no tengan comentarios. He descubierto el blog y me he quedado de piedra leyéndolo.
    A lo mejor soy el unico tio al que le gustan tus escritos pero son simplemente impresionantes.
    Son vivencias o simplmente imaginación mezclada con una pizca de anhelo?

    Atentamente,
    Marcos

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