martes, 11 de mayo de 2010

Karina (Concurso de Literatura La Salle Gran Vía)

-¡Tiene que haber algo más que pueda hacer!

-Sora, ya has hecho bastante por ella.

-¡No puede irse!

-Es malaria, Sora. En una niña tan pequeña…

Me voy corriendo de la tienda de campaña, no quiero seguir oyendo lo que Jack tiene que decirme. La noche fría en Kenya me acoge en medio del rugido del viento. Es una noche preciosa. El cielo negro plagado de estrellas que dibujan ríos eternos en su inmensidad. La Luna brilla pálida sobre las dunas de arena y los hierbajos, dotándoles de una luz fantasmagórica, y aún así, hermosa. Pero mis ojos no pueden admirar esa belleza, porque están plagados de lágrimas. Aprieto los puños alrededor de mi chaleco caqui.

Lo sabía. ¡Lo sabía! Sabía que este maldito viaje de voluntariado sería simplemente como intentar escalar una montaña descalzo; un horror. Me aparto mi pelo castaño, rizado, y para qué negarlo, sucio, de la cara cuando una ráfaga de aire me lo echa para adelante.

-Bueno, no voy a permitir que esa niña pase sus últimas horas sola-. Me doy la vuelta y me meto en la tienda-enfermería, localizando la camilla de Karina. Al fondo. Suspirando, voy hasta ella con paso lento, la gravilla crujiendo bajo mis botas de montaña. Me siento sobre la banqueta que hay al lado.

Karina, es una niña de siete años, muy guapa. De bonitos ojos rasgados como pozos sin fondo. Su pelo es rizado y espeso, enmarcando un rostro que denota una tremenda inteligencia para tratarse de una criatura de tan corta edad. Su constitución es frágil, débil. Pero estamos en África, es normal, desgraciadamente normal. Los labios están mortalmente pálidos, y su mirada, cerrada. Localizo el picotazo del mosquito en el cuello, en el maldito cuello. Justo al lado de una vena fundamental. No se da cuenta de que estoy ahí hasta que no te cojo la mano, pequeña y dulce.

-Hola- saluda con voz débil, en francés.

Karina, cuando la conocí, era muy tímida y no hablaba con nadie. No tenía padres ni hermanos o hermanas. Me encariñé con ella tras haberme hecho a la idea de que ya no había vuelta de hoja, que no podía simplemente largarme. Jack me hubiera odiado si llego a hacerlo. Sonrío brevemente, acariciándole los dedos.

-¿Cómo estás, peque?- pregunto suavemente, intentando transmitirle calma. Ella me devuelve la sonrisa, con un poco más de ganas que yo. ¡Dios! Siempre me ha fascinado la sinceridad que transmite. Pensar que… En unas horas ya no la veré más…

-Bueno… He estado mejor, creo. ¿Estás triste, Sora?

Los niños y su inocencia.

-Un poco, cariño.

-¿Por qué?

-Porque ya no puedo ayudarte más, Karina. Me siento mal por eso.

Ella intenta incorporarse. Pero si hasta le cuesta respirar… Chasqueo la lengua y me levanto para hacer que se quede como está. Ella se resigna. Siempre ha sido una niña muy dócil. Nos miramos un rato a los ojos, pero ella los cierra suavemente, quedándose dormida con una media sonrisa en la cara. Mi mano coge la suya con fuerza, aunque su frialdad me asusta.

Sus dedos gélidos son lo último que siento antes de quedarme dormida yo también.

La mano de Jack me oprime el hombro y me hace dar un respingo. Lo primero que ven mis ojos es la cama vacía de Karina. Ahogo un grito y tiro la banqueta al levantarme muy rápido. De lo único que soy consciente es que Jack me susurra: “Se ha ido”.

La polvareda que se levanta es como un insulto a la calma hecha persona que representaba Karina. Miro el montículo de tierra que yace sobre su pequeño cuerpo y dejo un ramillete de margaritas en él. Estoy sola.

Ha pasado una semana desde que la pequeña murió, y los demás se afanan en evitar que el resto de los niños corran la misma suerte. Unos pasos se acercan a mí; es Jack, que me coge la mano como queriendo darme energía para seguir. Y lo cierto es que la necesito. La necesito.

-Hiciste mucho por ella, ¿sabes?- me dice el joven médico en un tono bajo. Bufo con incredulidad.

-No hice nada. No pude si quiera combatir…

-Sora, escúchame. Antes de que tú llegaras, Karina lloraba todos los días. Todos. Y no hablaba con nadie. Pero apareciste tú, con tu cara de “No debería estar aquí”… La niña renació.

Vuelvo la cabeza. No me parece tan importante. No si no podía “renacer” cada mañana. Venir aquí fue un error. En un principio me dejé llevar porque él estaba aquí. Pero luego, al verme rodeada de niños, al darles de comer, al bañar bebés… Cada segundo notaba dentro de mí un “algo”, una sensación que me impulsaba a seguir adelante. Y con Karina era igual pero elevado a la enésima potencia.

-Me siento… Fatal, Jack. Me siento tan… Impotente…

-La hiciste feliz. Le diste algo que aquí escasea; le diste una amiga de verdad. Cuando se te pase la tristeza, verás que el acto de solidaridad que tuviste con Karina sobrepasa cualquier pena. Y a veces es bueno derramar lágrimas. Pero mejor que sean lágrimas como las que soltaste cuano la viste jugar por primera vez. La viste feliz. Y te puedo prometer que lo fue a cada momento que estuviste a su lado. Piénsalo. ¿No vale la pena todo este tiempo por una sola sonrisa suya?

Jack me suelta y se aleja. Me doy la vuelta.

-Jack- él se detiene y me mira. Ahora ya no se me ocurre qué decir. El joven suspira.

-Puedes marcharte cuando quieras, Sora. Pero, realmente… Te estarás valorando muy poco si te vas.

Odio y quiero a este chico al mismo tiempo por su claridad, por la contundencia con la que dice las cosas. Le odio y le quiero a la vez porque consigue hacerme reaccionar, reflexionar. Me quedo en silencio. Miro a mi alrededor. Sé que tiene razón. Y si algo me ha enseñado este país, esta tierra, este mundo al que no se suele escuchar ni atender, es a no rendirme. A luchar. La batalla por la felicidad de las personas es un combate continuo contra el cansancio y la decepción. Pero lo peor que puedes hacer es quedarte atrás. Rendirte.

Karina no querría que me rindiera.

Me acerco a él corriendo y le cojo del brazo, sonriendo. Es la primera sonrisa auténtica que logro esbozar en días.

-No te librarás de mí tan fácilmente, doctor.

-Ésta es mi chica- se ríe y juntos nos metemos en la tienda-enfermería, para ayudar en todo lo que podamos.

En la tumba de Karina, las margaritas parecen sonreír.

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