Vi su elegante figura moverse entre las gentes del café, y, prácticamente haciendo equilibrio, al fin logró posar las dos tazas sobre la mesa. Me alargó una, y me concedió una sonrisa amable.
-Bebe, estás calada hasta la médula- me informó, como si no me hubiera dado cuenta. Claro que no. Mi pelo mojado pegándose a mi rostro ovalado y mi abrigo lo más cerca posible de un foco de calor eran indicios de que yo tenía manías, nada más. Di un sorbo al capuccino, muy dulce, como a mí me gustaba. El joven me observaba en silencio, con los dedos cruzados en un gesto pensativo.
-¿Qué pasa?- inquirí, dejando el café sobre su correspondiente plato. Él negó con la cabeza, su pelo liso y castaño desordenándose levemente.
-Nada. Siento mucho tu pérdida- dijo por segunda vez en una hora. Fruncí los labios y miré hacia otra parte. Sabía que era lo que se decía en aquellos casos, pero no me gustaba que se compadecieran de mí.
-Vale, gracias- murmuré.
-Entiendo, no te gusta recordarlo. Perdona. Podemos hablar de otra cosa si lo prefieres- sonaba tan calmado, tan educado... No pude evitarlo, y volví la vista a los dos zafiros que brillaban en su rostro.
-Lo cierto es que no tengo muchas ganas de hablar ahora mismo- confesé. Erik asintió y volvió a observarme en silencio. La incomodidad hizo presa de mí. Pero no tuve que preguntarle qué estaba mirando; me respondió solo.
-Eres rara, Cécile. La mayoría de la gente que conozco no hace otra cosa que cotorrear e intentar olvidarse de todo mediante la cháchara. Y tú guardas silencio.
-Ya me habían dicho que voy a contracorriente, pero no me lo dijeron en plan mal.
-No. No es eso. Eres especial. Es evidente- el comentario me inquietó un tanto. Que una persona a la que me había presentado hacía un cuarto de hora exacto de dijera eso no era muy tranquilizador. Y de todas formas, tampoco me hacía gracia la idea de disculparme y salir de allí por patas. Erik tenía... magnetismo. Sex appeal, llamadlo como queráis. Una breve sonrisa salió de las comisuras de mi boca.
-Y tú, ¿cómo eres?- pregunté, en un intento de no caer en el vacío mundo de los silencios incómodos. Él sonrió ampliamente, casi con sorna.
-Lo bastante especial como para atraer tu atención.
Y con este críptico comentario, cruzamos los dos una línea que nadie había dibujado, pero que estaba ahí, marcando el límite entre la realidad y la fantasía, entre el ahora y el ayer.
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